30.7.11

EL HIMNO DE LA PERLA

Traducción versiones siriaca y griega.


   Acta Apostolorum Apocrypha, II, 2.
   (Traducción versión siria) 

   De origen iranio y sirio, este precioso himno se instala en la tradición gnóstica y en el ambiente neoplatónico del mundo helenístico. Esta parábola sobre un padre y un hijo aparece en la obra apócrifa: Los hechos del Apóstol Tomás, la cual es una obra esencialmente gnóstica que existe en la traducción griega, y también en el idioma original: el siríaco. Los traductores modernos llaman a este cuento “El himno a la perla” pero el texto la titula “El canto del Apóstol Judas Tomás en el país de los indios”. Santo Tomás, uno de los doce apóstoles según la tradición, se llama el apóstol de la India porque se suponía que fue a la India poco después de la muerte de Jesús, y se dice que esta parábola fue compuesta mientras estuvo encarcelado allí. Podemos solamente especular sobre si él tuvo contacto con el Budismo y si “El himno de la perla” tiene algo que ver con la parábola del viaje de regreso.

   Este canto representa una versión de la "catábasis" o descenso a los infiernos del que se encuentran varios elementos característicos: El despojo de los atributos celestes, el descenso a Egipto considerado entonces un mundo perverso, la pérdida de la inocencia por así decir u olvido de los orígenes, la acción superior providencial que lo despierta, la carta o guía de salud, el dragón o serpiente que tiene envilecida a la perla, la victoria sobre el dragón, el retorno al reino, la presencia de una dama que lo espera junto con el rey, y otros detalles que no es difícil descubrir.



1     Cuando era niño
       vivía en mi Reino en la casa de mi Padre,
2     y en la opulencia y abundancia
       de mis educadores encontraba mi placer.
3     Y entonces sucedió que mis padres me equiparon y
       enviaron desde el Oriente, mi patria.
4     De las riquezas de nuestro tesoro
       me prepararon un hatillo pequeño,
5     pero valioso y liviano
       para que yo mismo lo transportara.
6     Oro de la casa de los dioses,
       plata de los grandes tesoros,
7     rubíes de la India,
       ágatas del reino de Kushán.
8     Me ciñeron un diamante
       que puede tallar el hierro.
 9    Me quitaron el vestido brillante
       que ellos amorosamente habían hecho para mí.
10    y la toga purpúrea
       que había sido confeccionada para mi talla.
11   Hicieron un pacto conmigo
       y escribieron en mi corazón, para que no lo olvidara, esto:
12   “Si desciendes a Egipto
       y te apoderas de la Perla única
13   que se encuentra en el fondo del mar
       en la morada de la serpiente que hace espuma,
14   [entonces] vestirás de nuevo el vestido resplandeciente
       y la toga que descansa sobre Él.
15   y serás heredero de nuestro Reino
       con tu hermano, el más próximo a nuestro rango”.

16   Abandoné Oriente y descendí
       acompañado de dos guías,
17   pues el camino era peligroso y difícil
       y era muy joven para viajar.
18   Atravesé la región de Mesena,
       el lugar de cita de los mercaderes de Oriente,
19   y alcancé la tierra de Babel
       y penetré el recinto de Sarbuj.
20   Llegué a Egipto
       y mis compañeros me abandonaron.
21   Me dirigí directamente a la serpiente
       y moré cerca de su albergue
22   esperando que la tomara el sueño y durmiera
       y así poder conseguir la perla.
23   Y cuando estaba absolutamente solo,
       extranjero en aquel país extraño,
24   vi a uno de mi raza, un hombre libre,
       un oriental,
25   joven, hermoso y favorecido,
26   un hijo de nobles,
       y llegó y se relacionó conmigo
27   y lo hice mi amigo íntimo,
       un compañero a quien confiar mi secreto.
28   Le advertí contra los egipcios
       y contra la sociedad de los impuros.
29   Y me vestí con sus atuendos
       para que no sospecharan que había venido de lejos
30   para quitarles la Perla
       e impedir que excitaran a la serpiente contra mí.
31   Pero de alguna manera
       se dieron cuenta de que yo no era un compatriota;
32   me tendieron una trampa
       y me hicieron comer de sus alimentos.
33   Olvidé que era hijo de reyes
       y serví a su rey;
34   olvidé la Perla
       por la que mis padres me habían enviado
35   y a causa de la pesadez de sus alimentos
       caí en un sueño profundo.
36   Pero esto que me acaecía
       fue sabido por mis padres y se apenaron de mí
37   y salió un decreto de nuestro reino,
       ordenando a todos venir ante nuestro trono,
38   a los reyes y príncipes de Partia
       y a todos los nobles del Oriente.
39   Y determinaron sobre mí
       que no debía permanecer en Egipto,
40   y me escribieron una carta
       que cada noble firmó con su nombre:
41   "De tu Padre, el Rey de los reyes,
       y de tu Madre, la soberana de Oriente,
42   y de tu Hermano, nuestro más cercano en rango,
       para ti, hijo nuestro, que estás en Egipto, ¡salud!
43   Despierta y levántate de tu sueño,
       y oye las palabras de nuestra carta.
44   ¡Recuerda que eres hijo de reyes!
       ¡Mira la esclavitud en que has caído!
45   ¡Recuerda la Perla
       por la que has sido enviado a Egipto!
46   Piensa en tu vestido resplandeciente
       y recuerda tu toga gloriosa
47   que vestirás y te adornará
       cuando tu nombre sea leído en los libros de los valientes
48   y que con tu Hermano, nuestro sucesor,
       serás el heredero de nuestro reino".

49   Y mi carta era una carta
       que el Rey selló con su mano derecha,
50   para preservarla de los males, de los hijos de Babel
       y de los demonios salvajes de Sarbuj.
51   Voló como un águila (la carta),
       la reina de las aves;
52   voló y descendió sobre mí
       y se convirtió enteramente en Palabra.(1)
53   A su voz y alboroto
       me desperté y salí de mi sueño.
54   La tomé, la besé,
       rompí su sello y la leí:
55   y concordaban con lo escrito en mi corazón,
       las palabras escritas en la carta.
56   Recordé que era hijo de reyes,
       y libre por propia naturaleza.
57   Recordé la Perla,
       por la que había sido enviado a Egipto,
58   y comencé a encantar
       a la terrible serpiente que produce espuma.
59   Comencé a encantarla y la dormí
       después de pronunciar sobre ella el nombre de mi Padre,
60   y el nombre de mi Hermano
       y el de mi Madre, la Reina de Oriente;
61   y capturé la Perla
       y volví hacia la casa de mis padres.
62   Me quité el vestido manchado e impuro
       y lo abandoné sobre la arena del país,
63   y tomé el camino derecho hacia
       la luz de nuestro país, el Oriente.
64   Y mi carta, la que me despertó,
       la tenía ante mí, durante el camino,
65   y lo mismo que me había despertado con su voz
       me guiaba con su luz.
66   Pues la (carta) real de seda
       brillaba ante mí con su forma
67   y con su voz y su dirección
68   me animaba y atraía amorosamente.
69   Continué mi camino, pasé Sarbuj,
       dejé Babel a mi lado izquierdo.
70   Y alcancé la gran Mesena,
       el puerto de los mercaderes,
71   que está sobre el borde del mar.
72   Y mi vestido de luz, que había abandonado,
       y la toga plegada junto a él,
73   de las alturas de Hircania
       mis padres me los enviaban,
 74  por medio de sus tesoreros,
       a cuya fidelidad se los habían confiado,
75   y puesto que yo no recordaba su dignidad
       ya que en mi infancia había abandonado la casa de mi Padre
76   de improviso, estando frente a ellos,
       el vestido me pareció como un espejo de mí mismo.
77   Lo vi todo entero en mí mismo,
       y a mí mismo entero en él,
78   puesto que nosotros éramos dos diferentes
       y, no obstante, nuevamente uno en una sola forma.
79   Y a los tesoreros igualmente,
       quienes me lo traían, los vi de semejante manera,
80   ya que ellos eran dos, aunque igual que uno,
       puesto que sobre ellos estaba grabado un único sello del Rey,
81   quien me restituía
       mi tesoro y mi riqueza por medio de ellos,
82   mi luminoso vestido bordado,
       que estaba ornado con gloriosos colores,
83   con oro y con berilos,
       con rubíes y ágatas
84   y sardónices de variados colores,
       también había sido confeccionado en la mansión de lo alto
85   y con diamantes,
       habían sido festoneadas sus costuras.
86   Y la imagen del Rey de los reyes
       estaba pintada en él entero,
87   y también como los zafiros
       rutilaban sus colores.
88   Y nuevamente vi que todo él
       se agitaba por el movimiento de mi conocimiento,
89   y como si se preparase a hablar
       lo vi.
90   Oí el sonido del canto
       que musitaba al descender,
91   diciendo: "Soy el más dedicado de los servidores
       que se han puesto al servicio del Padre"
,
92   y también percibí en mí
       que mi estatura crecía conforme a sus trabajos.
93   Y en sus movimientos reales
       se extendió hasta mí,
94   y de las manos de sus portadores
       me incitó a tomarlo.
95   Y también mi amor me urgía
       para que corriera a su encuentro y lo tomara.
96  Y así lo recibí
       y con la belleza de sus colores me adorné.
97   Y mi toga de colores brillantes
       me envolvió por completo,
98   y me vestí y ascendí
       hacia la puerta del saludo y del homenaje;
99   incliné la cabeza y rendí adoración
       a la Majestad de mi Padre que lo había enviado hacia mí,
100 porque había cumplido sus mandamientos
       y él también había cumplido su promesa,
101 y en la puerta de sus príncipes,
       me mezclé con sus nobles;
102 pues se regocijó por mí y me recibió,
       y fui con él en su Reino.
103 Y con la voz de la oración
       todos sus siervos le glorifican.
104 Y me prometió que también hacia la puerta
       del Rey de los reyes iría con él,
105 y llevando mi obsequio y mi Perla
       aparecí con él ante nuestro Rey.


   Fin del Himno que cantó el apóstol Judas Dídimo Tomás en la prisión.

(1) Estos versos se encuentran también en el Himno del Alma atribuido al Maestro Gnóstico Bardasanes:
"Voló en la forma de un águila
de todas las tribus aladas la reina de las aves.
Voló y se mantuvo ardiente a mi lado,
y se convirtió enteramente en Palabra".
 

   Dídimo Judas Tomás no es otro que Tomás, el Apóstol: «Tomás llamado Dídimo», según el Evangelio de San Juan, «Judas Tomás y no el Iscariote». En los Actos de Tomás, donde se encuentra el Canto de la Perla, el apóstol es llamado a menudo Judas Tomás (Ioudas ho kaï Thômas). Héroe de estos Actos (véase cap. X, 47 y 48) es al mismo tiempo el confidente y revelador de las palabras secretas de Jesús. Dídimus en griego, significa lo mismo que tauma en arameo, o sea ‘gemelo’, y en el cap. 38 de los Actos de Tomás, el apóstol es interpelado de la siguiente manera: «gemelo de Cristo, apóstol del Altísimo y co-iniciado en la doctrina secreta de Cristo, tu que has recibido sus propósitos, sus logia secretos». Estas palabras certifican que existe una relación innegable entre el Evangelio según Tomás y los Actos de Tomás.



«EL CANTO DE LA PERLA»


   (Traducción versión griega).

   El Canto de la Perla es  un addendum al texto apócrifo de "las actas de Tomás", del que se conocen, y han llegado hasta nosotros dos versiones: la siríaca y la griega. La que aquí sigue procede de la versión griega que en su momento (1883) fue publicada en las Acta Apostolarum Apocrypha, de Bonnet. Como verá el lector rápidamente, todo el texto es una hermosa alegoría acerca de nuestra condición presente, de dónde provenimos, cuál es nuestra labor y hacia donde hemos de retornar. Toda "búsqueda" espiritual se halla aquí resumida de muy bella manera. Y convendremos fácilmente en que las palabras del Canto de la Perla resumen de forma excelente todo el sentido que, tradicionalmente, cabe dar al término "buscador". Nótese, por ende, que el fondo narrativo es muy semejante a la parábola del hijo pródigo.



IX 108
Cuando yo era niño, en el palacio de mi Padre,
viviendo en la riqueza y el lujo de los que me alimentaban,
del Oriente, mi patria, mis padres me abastecieron de provisiones y me enviaron.
Me pusieron un fardo tomado de las riquezas de sus tesoros,
precioso, pero ligero y que sólo yo podía llevar.
Fardo compuesto de oro y de lo que está en el cielo,
plata de grandes tesoros, gemas calcedonias de la India, perlas de Kushan.
Me han armado de diamante,
me han dado un vestido tejido de oro y constelado de piedras preciosas
que habían hecho para mí porque me amaban;
y un atavío dorado a mi medida.
Concluyendo un acuerdo conmigo y lo inscribieron en mi
corazón para que no lo olvidara. Me dijeron:
“Si bajas a Egipto y traes de allí la perla que se encuentra en
esa tierra junto a un dragón devorador,
revestirás de nuevo los vestidos de piedras preciosas
y el atavío que los acompaña.
Y estarás con tu hermano, el heredero de nuestro reino que vive junto a nosotros”.

109
Vine de Oriente con dos guías por un camino difícil y temible,
y no fui puesto a prueba mientras lo recorría.
Pasé por las fronteras de Mosani, donde se citan los mercaderes de Oriente,
y alcancé el país de los Babilonios.
Pero cuando entré en Egipto los guías que caminaban conmigo me abandonaron,
fui hacia el dragón por el camino más rápido y lo expulsé dentro de su antro,
y como estaba solo, cambié mi aspecto y aparecí a mi pueblo como un extranjero.
Allí he visto un deudo de Oriente, libre, niño lleno de gracia y de belleza, hijo de príncipes.
Vino a mí y habitó conmigo.
He hecho de él mi compañero, mi amigo, anunciándole mí viaje.
Le advertí que se guardara de los egipcios y que no tomara parte de las cosas impuras.
Me vestí como ellos para no parecer un extranjero venido de otra parte, y apoderarme de la perla sin que los egipcios despertaran el dragón para combatirme.
Pero ignoro cómo supieron que no era de su país.
Me tendieron una trampa con malicia y gusté de su alimento.
Desde entonces olvidé que era hijo del rey y fui esclavo de su rey.
Olvidé la perla en busca de la cual mis padres me habían enviado,
y embrutecido por su comida caí en profundo sueño.

110
Pero cuando eso me ocurrió, mis padres penaron por mí y se inquietaron.
Una proclama se publicó en nuestro reino para que todos pudieran verla sobre las puertas.
Y entonces el rey de los partos, los funcionarios y los altos rangos allá en Oriente,
tomaron una decisión respecto a mí, para que no fuera abandonado en Egipto.
Los príncipes me escribieron revelándome esto:
“De parte de tu Padre, Rey de Reyes, y de tu madre que reina en Oriente, y de tu hermano, el segundo entre nosotros,
a nuestro hijo que está en Egipto, paz;
despierta de tu sueño y levántate, escucha el contenido de nuestra carta;
tú que has aceptado el yugo de la esclavitud, recuerda que eres hijo de reyes,
recuerda la perla por la que has sido enviado a Egipto,
recuerda tu vestido tejido en oro.
El nombre que has recibido en nuestro reino está inscrito en el libro de la vida junto con el de tu hermano”.

111
El rey selló la carta con la mano derecha,
a causa de los enemigos, hijos de Babilonia y de los demonios tiránicos del Laberinto.
Y yo, escuchando lo que me decía esta voz,
me desperté de mi sueño.
Cogí la carta, la besé y la leí.
Lo que allí estaba escrito era lo que estaba grabado en mi corazón;
recordé de pronto que era hijo de reyes,
que mi cuna exigía que estuviese en libertad.
Recordé también la perla por la cual había sido enviado a Egipto.
Fui con dones mágicos hacia el terrible dragón.
Y lo abatí pronunciando sobre él el nombre de mi Padre,
y el nombre del que es el segundo, y el nombre de mi madre, la reina de Oriente.
Me apoderé de la perla y me fui para llevarla a mis padres.
Me despojé del vestido inmundo y lo dejé en su país,
y tomé rápido la senda del Oriente luminoso, mi patria.
En el camino encontré la carta que me había despertado.
Como si tuviera voz, ella me alzaba cuando me dormía,
y me guiaba con la luz que de ella emanaba.
El real vestido de seda brillaba a veces ante mis ojos.
Arrebatado y empujado por su amor atravesé el Laberinto.
Dejé a mi izquierda Babilonia y llegué a Maishan,
la grande, junto a las orillas del mar.
Siendo todavía un niño había perdido el recuerdo de su esplendor
cuando la dejé en el reino de mi Padre.

112
Como si fuera un espejo, vi de repente el vestido sobre mí,
lo vi enteramente sobre mí, me vi y me reconocí a través suyo;
habíamos estado separados, de nuevo éramos lo mismo.
Vi que los intendentes que me traían el vestido eran dos,
pero tenían el mismo aspecto y una sola insignia real los cubría.
El vestido maravilloso estallaba de colores distintos,
constelados de oro, de piedras preciosas y de las más bellas perlas de Oriente.
La imagen del Rey de Reyes se reflejaba en todo él,
sus colores diferentes recordaban el zafiro.

113
De nuevo vi que iban a ser dadas mociones para dar a conocer que iban a hablar.
Escuché que se decía: “Vengo de aquel que es más valiente que todos los hombres,
en interés de quien he sido enviado por el mismo Padre”.

Vi que crecía mi estatura en concordancia con lo que él decía,
y que en su real movimiento se aproximaba a mí,
se precipitaba, extendiendo la mano hacia quien quisiera aferrarse a ella,
y mi deseo me lanzó a su encuentro para tomarla.
Yací para recibirla y ser engalanado con espléndidos colores,
y me cubrí enteramente con mi vestido real que supera cualquier belleza.
Cuando lo hube revestido me encontré en lugar de adoración y salvación,
incliné la cabeza y me prosterné ante el esplendor del Padre que me lo había enviado,
conforme a sus promesas, porque yo había cumplido sus mandamientos.
Y me introduje en las puertas del palacio que existe desde el principio.
Él se ha alegrado por mí y me acogió con él en mi palacio,
donde todos sus servidores lo alaban con voces melodiosas,
me ha prometido que seré enviado con él a la puerta del Rey,
para aparecer ante el Rey con mis presentes y mi perla.
 
FINIS