1.12.11

«La Gran Realidad»


   Un día, un ángel, que volvía volando al cielo, vio debajo de él una selva envuelta en un grande y resplandeciente halo de luz. Como había atravesado el cielo muchas veces, naturalmente había visto innumerables lagos, montañas y selvas, pero nunca les había prestado mucha atención. Ese día notó algo diferente; una selva rodeada por una aura radiante, de donde surgían rayos de luz hacia todas partes del firmamento. Se dijo: "¡Ah!, debe haber algún ser iluminado en este bosque. Bajaré y veré quien es".

   Al descender, el ángel vio a un Bodhisattwa tranquilamente sentado bajo un árbol, absorto en una profunda meditación. Entonces se dijo: "Veamos que meditación practica". Y el ángel abrió sus ojos celestiales para ver qué objeto o idea había enfocado la mente de aquél yogui.

   Los ángeles generalmente pueden leer la mente de los yoguis, pero esta vez, ante su  sorpresa, el ángel no encontró nada. Giró y giró alrededor del yogui y, finalmente, él mismo entró en Shamadhi, pero siguió sin encontrar nada en la mente del Bodhisattwa.

   Por último, el ángel se transformó en un ser humano, rodeó tres veces al yogui, se prosternó ante él y dijo: "Rindo honores al Auspicioso; te rindo homenaje. ¡Oh, Señor de todos los seres que sienten! Despierta, vuelve del Shamadhi, y dime qué estabas meditando. Todos mis poderes milagrosos están exhaustos, y aún no he podido descubrir qué hay en tu mente".

   El yogui sonrió... Otra vez, el ángel exclamó: "Te rindo homenaje. ¿En qué meditabas?"

   El yogui siguió sonriendo y guardó silencio.